domingo, 21 de febrero de 2016

El retorno del geranio


La llegada de la primavera, por estas latitudes en septiembre, me ocupa intensamente en la atención de las numerosas plantas que tienen a bien alegrarme cada día en Bla! Guesthouse. El punto es que, después del helado y oscuro invierno, algunas resisten recuperarse con prontitud.
En El Calafate, desde mayo, los días se acortan; el sol parece retirarse con timidez y pereza negándonos su luz vital y calor acogedor. Las primeras heladas marchitan las ultimas hojas de los arboles que resisten aferradas a una perenne ilusión. E incluso, las plantitas que habitan bajo techo sufren la extensa noche y las bajas temperaturas. Eso, sin contar que muy pocas personas se quedan a pasar el invierno en la villa, así que hasta la alegría de los amigos y frecuentes visitantes de la temporada se les niega a las pobrecitas.
A algunas de ellas las vi morir lentamente, no sin haberlo intentado todo: subir las estufas, mudarlas de piso, agrandar las ventanas. Siempre hay alguna que me queda hecha apenas un palito, sin color, sin olor, sin vida alguna. Así como también hay las que, a fuerza de ponerse en modo "reserva de energía", aguantan, obstinadas, la cruda amenaza del invierno.
Y una vez más, cuando los días se alargan... y con ellos, los tallos y las hojas, me aboco con intensidad a la imprescindible tarea de mimarlas, podarlas, transplantarlas y esperar los nuevos brotes y los pimpollos.
De entre todas las plantas de mi pequeño jardín de interior, en el que predominan los dólares y las cretonas que aprovechan el buen tiempo para crecer y reproducirse furiosos, hay un geranio, cuya belleza siempre me dio un poco de recelo. Desde su llegada me pareció que encarnaba una burla a la belleza superficial y temí por lo que resultara de él en el invierno. Y creo que solita, yo, llame a la desgracia.
De a poco, se secaron cada una de sus hojas y tallos, se cayo hasta el último pétalo y pareció exhalar el suspiro final. Sin embargo, al embarcarme en la alegre tarea de rehabilitación de plantitas, mientras me preguntaba qué podría poner en la exquisita maceta donde habitaba mi geranio (que ni siquiera es mío... pero esa es otra historia), apenas un verdor asomaba en los restos del pequeño ser. Lo miré con la sospecha de que fuera un nuevo desafío, y como no puedo dejar de leer las señales que me manda el universo, removí la tierra de la maceta, la humedecí y le asigné el lugar mas favorecido por la luz del sol y el más expuesto a la alegre presencia de los huéspedes.
Todos y cada uno de los días desde aquel primero en que deposité toda mi fe y voluntad en traerla de regreso, le hablé, la cuidé, revisé la humedad de su tierra y exhibí con orgullo la maceta, aparentemente, vacía. Claro está, que entre tanta locura que transita en Bla! Guesthouse, a nadie le llamo la atención mi planta imaginaria. Hasta que un día de noviembre, mientras el jardín crecía para arriba y para los costados a pasos agigantados corriendo a la China hasta el último rincón y rodeándola toda, brotaron dos hojas perezosas llenas de esperanza. Al mes, eran cuatro; y al mes, eran seis. Cuando la ventana estaba llena de flores coloridas y orgullosas, esas seis hojas peludas conseguían toda mi atención. 
Ya me había dado yo por satisfecha con el resultado, cuando los días empezaron a acortarse de a poco, nuevamente... y el final de febrero trajo la brisa fresca y las lloviznas que tanto agradece la tierra seca. Y como quien no quiere la cosa, casi como en un espasmo y con la caprichosa convicción de que un geranio sin flores, no es un geranio, el mío escupió cuatro flores. Apenas salieron, eran tan débiles que dudé de que se quedaran atadas al tallo antes de marchitarse. Pero el baño de luz solar renovó sus expectativas y en el último tramo del verano cuando todas las otras flores exhiben agotamiento, los geranios revivieron el rincón de las plantas y mi corazón.
No hubo una planta en la temporada que me negara el placer de verla crecer y me llenara de emociones en su tránsito, pero este geranio tuvo mi sonrisa atada a su suerte lo últimos 6 meses. No hay nada que hacerle, soy una febril observadora de los procesos, soy una amante de las transformaciones y mi geranio me dio el espectáculo más llamativo. Y me recordó, una vez más, que no hay imposibles... las oportunidades se nos presentan en cada rincón, en cada rostro, en cada maceta aparentemente vacía.

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