viernes, 26 de febrero de 2016

En dos ruedas!!!


De todos los traumas infantiles, uno que dudo pueda superar es el aprendizaje de andar en bicicleta. Yo, y supongo, muchos otros!

Hace más o menos un mes, mi sobrino Juani vino de visita desde Buenos Aires e hicimos un día de campo con un amiguito que todo el tiempo lo invitaba a andar en bici, a lo que mi chiquito respondía que "más tarde", una y otra vez. En eso se me acerca, se pone en puntas de pie y me dice al oído: "sabes que pasa tía? es que yo no sé andar sin rueditas". Me enterneció al instante (como cada frase que dicen mis sobrinos, en general) pero luego me trajo un sinfín de recuerdos violentos de mi propia experiencia infantil de dejar las rueditas.

En casa había un parque inmenso, escenario de todo tipo de salvajadas. Recorrí ese parque en bici, y me estrellé en toda su extensión, mientras mis hermanos me ayudaban a mantener el equilibrio. Caí en el barro, caí sobre la ligustrina, caí contra el alambrado, caí, caí y caí de nuevo. Hasta que en un momento, entre angustia, dolor y ansiedad... me encontré pedaleando y manteniendo el equilibrio a la vez; una sensación de adrenalina se me metió en el estómago y en el corazón.

Y no hubo manera de bajarme de esa bicicleta por años. Esa bicicleta que mi abuelo Juan había armado de sendos repuestos encontrados en su taller y que había pintado de rojo chillón, calculo yo, para no perderme de vista.

Ahora, 20 años después, y en este paisaje tan estimulante me entraron unas ganas locas de volver a andar en bicicleta. El Calafate es un lugar muy tranquilo, donde el tránsito todavía nos permite pedalear en paz colgados de los flamencos rosados y las montañas escarpadas. Así que, sin un peso, como siempre... me dispuse a la tarea de conseguir una bicicleta y apropiarme de ella :)

Tengo un cómplice incondicional para todos estos proyectos imposibles! Mi marido, mi amigo, mi sol. Rescató una bici en desuso y me la trajo como un trofeo. Después de una visita al Sr. Gordillo, experto bicicletero local (un capo), estaba casi lista para rodar.

Después de las primeras aventuras, noté que lo que le faltaba a mi medio de transporte era personalidad. Así que volví a buscar a mi cómplice, que tiene armas de todo tipo como para desarmar cualquier dispositivo, y en su taller se ocupó de dejarme el cuadro pelado y espacio para desplegar colores.




Aerosol en mano, y con mucho amor, pinté mi bici. Y volví a ver a mi abuelo Juan, ahí conmigo, en el taller, y su bigote blanco que siempre me dedicaba una sonrisa.


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