viernes, 26 de febrero de 2016

De viaje con mamá, CAP 2: "Siempre nos quedará Paris"

"Amada imaginación, lo que más amo en vos es que jamás perdonas", Andre Breton- Primer Manifiesto Surrealista



Estuvimos 4 dias en Paris redoblando las esquinas y enamorándonos del ruido y del color. Siempre tengo en Paris la extraña sensación de que no me alcanzan los ojos para verlo todo. Paris es una ciudad con rulos en las paredes, con rulos en los monumentos, con rulos en las esquinas. Es una ciudad siempre vestida de gala, ornamentada para la fiesta... es una ciudad monumental y ruidosa, animada y un poco sucia que no da descanso al cuerpo ni al espíritu.


Al nacer el día, Paris es un poco perezosa y la vida comienza a estirarse lentamente, pero a la hora del almuerzo todo sucede en la calle, sobre los puentes y en los jardines.
La multitud se abre paso entre las vendedores de ilusiones y souvenirs para trepar hasta la entrada del Sagrado Corazon, una iglesia que sobrevivió a dos Guerras Mundiales y todo tipo de crisis. No me abandona la idea de que es una iglesia que parece un pastel con copones de crema en la punta y una alegría poco apropiada para el carácter católico. Por eso me gusta, porque disiente con el resto de las iglesias, catedrales y capillas que he visto en toda Europa.


A pocos metros, los pintores despliegan sus tintas y su maestría sobre lienzos bien animados con imágenes de la Torre Eiffel, del Arco del Triunfo, de Notre Damme con diferentes luces y colores. El sol se abraza sobre Paris y nos obliga a una pausa para beber unos cuantos litros de agua.
El día es largo y nos da tiempo a conocer las magníficas galerías Lafayette decoradas con todo tipo de marcos, con la firma de los magníficos diseñadores de moda y con la alegría de todos los que pueden comprar alguna cosa.
El domingo nos encontró en una desierta plaza de la Concorde donde el obelisco robado del Templo de Luxor llama poderosamente la atención. Una caminata por la costa del Sena y otro paseo por Champs Elisée hasta el Arco del Triunfo fueron suficientes para cansar nuevamente las piernas. Casi sin quererlo dimos con el Lido de Paris donde, dudas van dudas vienen, compramos nuestras entradas dispuestas a conquistar la noche parisina con toda elegancia.


El espectáculo nos recordó vivamente dónde estábamos, en la ciudad de las luces, en la ciudad del amor.
El día siguiente anduvimos el Museo del Louvre y los Jardines de las Tullerias, que agotaron el resto de nuestras fuerzas muy cerquita de una fuente donde nos sentamos a descansar. El sonido refrescante del agua en movimiento, la visión de los amigables patos que nadaban sin parar y las animadas conversaciones en francés que sucedían a nuestro alrededor nos renovaron el impulso para andar un poco más, hasta la deslumbrante Torre Eiffel, rodeada de jóvenes, repleta de gentes.
Un coro juvenil contó una detrás de otra todas las canciones conocidas de las películas de Disney y paso a paso llegamos al final del Champ de Mars.
El último día resignamos la visita a Les Invalides, que habíamos visto ya desde el otro lado del puente y nos dedicamos exclusivamente a Notre Damme, el barrio latino y a hacer unas cuantas compras en Lafayette. Cansadas, felices y ansiosas, dijimos "au revoir" a Paris para encaminarnos en un viaje al pasado, en la visita familiar menos organizada, en la ruta a la casa de los tíos de mamá en Saint Etienne.

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